Un relato tenebroso para Halloween.

Era una noche de mayo, hacía mucho frío y una leve llovizna caía en Santiago. Los viejos faroles del Barrio Yungay emitían una suave luz naranja dando a las calles un tono tenebroso, el viento movía los arboles de la plaza Brasil haciendo que pareciesen sombras gigantescas. Las calles estaban vacías.

Estábamos en la Guardia Nocturna del Cuartel, conversábamos en la cocina de todo un poco, de repente suenan los timbres, rápidamente tripulamos el carro bomba, poniéndonos raudos el uniforme, la Central informaba por radio que se trataba de fuego en hospital abandonado, Huérfanos y Chacabuco era la dirección.

Cuando nos bajamos, vimos un edificio imponente del siglo XIX de tristes colores en su fachada. Salía humo de una ventana en el primer piso. La única forma de poder entrar era por el frente. Un guardia alto y delgado con bigote nos abrió un viejo portón que crujió al moverlo.

Una vez que entramos la sensación era muy extraña, sentíamos que nos miraban. Lo primero que vimos fue un ascensor antiguo, de esos con puertas de rejas, abierto y lleno de polvo en el primer piso, como si fuera una película de terror.

Luego por unos pasillos llegamos a la pieza que se quemaba, allí guardaban archivos viejos de pacientes. Mientras lo apagábamos se cayeron algunos y se salieron fotos, se veía gente muy triste, parecía que nos miraban fijamente, de hecho sentíamos que de todos lugares nos seguían observando. Desde fuera los árboles que se movían con el viento, daban al lugar una sensación de angustia.  De reojo vimos al guardia, que nos miraba fijamente desde el fondo del pasillo. La idea de estar allí ya no nos gustaba.

El Teniente 1ero me pide que vaya a revisar el segundo piso, el viento había aumentado y las ramas golpeaban las viejas y largas ventanas. Al subir vi un gran pasillo, de baldosas amarillentas, con muchas habitaciones con puertas viejas, casi todas cerradas. Había una habitación abierta, era la capilla. Grande fue mi sorpresa al entrar y ver un cristo de yeso tirado en el altar, los vidrios de la ventana estaban quebrados y con muchas moscas. La habitación crujía entera, empecé a retroceder para salir cuando de repente en medio de la oscuridad algo me abrazó fuerte, ni fuerzas tuve para gritar.

Cuando abrí los ojos me di cuenta del origen del abrazo, era un bombero de la Sexta que también andaba revisando, cuando entró al mismo lugar chocamos y por eso me abrazó para no caernos. Nos sacamos las máscaras de aire, me dijo que este lugar lo angustiaba, de hecho sentía que lo venían siguiendo. Le mostré el interior de la capilla y mejor decidimos bajar.

En el hall central estaban todos los bomberos reunidos, al centro el guardia contaba las cosas que sucedían en este hospital. Los llantos en los pasillos, el sonido de camillas que se arrastraban por el segundo piso. Luego nos llevó a un túnel subterráneo que conecta con el Hospital nuevo, era un sector de boxes, allí nos decía con su voz profunda y mirada seca que la gente aún se quejaba de dolor, – mucha gente sigue sufriendo aquí – dijo el guardia, -muchas siluetas se asoman desde estos boxes antiguos- dijo finalmente. Preferimos no ser testigos de eso. Lo único que queríamos era salir.

Subimos rápidamente el material a la bomba, nadie hablaba. Una vez arriba sentimos el rechinar del portón cerrándose lentamente mientras el guardia nos observaba fijamente, con un rostro serio. La bomba partió hacia el cuartel, al mirar por última vez, el guardia ya no estaba, solo algunas hojas se movían con el viento sobre los adoquines de la oscura calle Chacabuco.

Por: Voluntario Activo Daniel Raposo Z. y Equipo Redes Sociales